TAZARTE 

El salón de ensayo está en completo silencio, y puedo sentir la tensión en el aire, como una cuerda a punto de romperse. Todos los músicos están listos, sus manos firmes sobre los instrumentos, esperando solo una señal de mí para comenzar. Respiro hondo, levantando las manos, sintiendo la energía que se acumula en mi cuerpo. Este es el momento en el que todo lo demás desaparece, el momento en el que solo existimos la música y yo.

Levanto una mano y doy la primera señal. El susurro de los violines comienza, suave, casi tímido, mientras el contrabajo marca el compás con una vibración profunda que parece latir con el ritmo de mi propio corazón. Cierro los ojos por un instante, dejando que la música me envuelva, permitiendo que me absorba por completo. Es un tango, una pieza apasionada, llena de historia, de amores y desamores. Siento cada nota como si me atravesara, como si contara algo sobre mí que ni siquiera yo soy capaz de expresar.

Mis gestos son precisos, cada movimiento de mis manos es una orden, una petición. La orquesta responde como una extensión de mí mismo, siguiendo mis indicaciones sin vacilación. La música se vuelve más intensa, y yo también me entrego más a ella. Me inclino hacia delante, mis hombros en tensión, moviendo los brazos con fuerza y precisión. El sonido se hace más agudo, más punzante, y noto cómo la orquesta se adentra conmigo en ese mundo de emociones crudas y desenfrenadas.

De repente, los metales entran en juego, un estallido de energía que llena el espacio como una ola. Es feroz, casi salvaje, y siento el peso de cada nota en mi pecho, como un golpe directo al corazón. Mis movimientos se vuelven más amplios, más desbordantes, permitiendo que la intensidad de la pieza me consuma. Estoy completamente perdido en la música, en el lenguaje que solo yo y mis músicos entendemos. Es una conversación sin palabras, una danza en la que todos estamos conectados.

El violín parece que gime con una melancolía casi dolorosa, mientras el piano establece un ritmo sólido, seguro, que mantiene a la pieza en un equilibrio perfecto entre lo caótico y lo controlado. Mis ojos recorren a los músicos, cada uno de ellos completamente entregado, sintiendo lo mismo que yo, siendo parte de esta obra que, por un instante, parece trascender el tiempo y el espacio. Es como si cada uno de ellos fuese una extensión de mis brazos, y yo, el corazón que da vida a esta melodía.

Llegamos al clímax de la pieza. Mis manos se elevan y caen, controlando cada nota, esculpiendo la música en el aire. La energía en el salón es palpable; casi se puede tocar. La respiración de los músicos se sincroniza con la mía, y siento cómo la música se adhiere a cada rincón, llenando el espacio de emociones intensas, de historias que no necesitan palabras para ser entendidas.

Y entonces, el último acorde resuena. Sostengo mis manos en el aire, manteniendo la tensión un segundo más, permitiendo que el eco de la música se disuelva lentamente en el silencio. Bajo las manos con lentitud, y el salón queda en calma. Solo el sonido de nuestras respiraciones nos recuerda que estamos aquí, que somos reales.

⎯Hermoso ⎯expreso con una sonrisa sincera mientras bajo las manos lentamente⎯. Pero hay algunos detalles que tenemos que revisar antes de poder decir que lo tenemos dominado.

Miro a la sección de violines y arqueo una ceja. ⎯Violines, no corran. Es un tango, no una carrera. Dense el lujo de disfrutar cada nota.

Los violinistas me miran, algunos avergonzados, otros intentando no reírse demasiado. Luego, dirijo mi atención a los violonchelos. ⎯Y ustedes, ¿desayunaron? ⎯pregunto, adoptando un tono de falsa severidad que hace que algunos de los jóvenes se echen a reír.

⎯No, maestro ⎯responde uno de ellos con una sonrisa divertida.

⎯¿Cómo pueden venir a un ensayo sin desayunar? ¡La energía de la música empieza por lo que alimentan en sus cuerpos! ⎯exclamo, fingiendo indignación. Miro mi reloj y les hago un gesto para que se relajen un poco⎯. Sé que es domingo, pero yo vengo de una boda y, aun así, me levanté lo suficientemente temprano para desayunar bien. Así que no hay excusas.

Los jóvenes músicos se ríen, y veo algunas miradas cómplices entre ellos. Sé que bromeo, pero también sé que entienden la importancia de lo que les digo. Es en esos pequeños detalles donde la música encuentra su verdadera esencia, y quiero que cada uno de ellos lo sienta en lo más profundo.

⎯En fin, ⎯les digo con un suspiro exagerado⎯ tómense un descanso de una hora, pero no se alejen demasiado. Cuando volvamos, quiero que estemos listos para practicar “Por una cabeza”. Y esta vez, quiero que sientan el tango en sus venas, que lo vivan y lo transmitan. ¿Estamos?

Los jóvenes asienten con entusiasmo. Los veo dispersarse, charlando y riéndose entre ellos mientras salen de la sala de ensayo. Me quedo un momento en el estrado, observando cómo se alejan. 

⎯En verdad eres buen maestro ⎯escucho la voz de Jo detrás de mí, y me doy la vuelta, no me sorprende verla aquí. Sé que viene a hablar sobre el episodio de Daniel⎯.Mira que no cualquiera consigue que estos chicos te escuchen con tanta atención, y mucho menos a una hora tan temprana en domingo.

⎯Bueno, la música puede hacer muchas cosas. No están sufriendo aquí, se están divirtiendo. Además, tenemos que poner ensayos extras si queremos estar listos para la inauguración. Tú deberías saberlo, cuatro veces campeona del oro⎯. Jo sonríe.

⎯Sabes que no vengo a hablar de logros ⎯me comenta.

⎯Lo sé.

⎯¿Por qué le contestaste a Daniel? ⎯me pregunta, y noto que está un poco molesta.

⎯¿Qué querías?, ¿qué no lo hiciera? ⎯inquiero, en tono serio.

⎯¿Qué pasaba si Daniel te reconocía?

⎯No lo sé, Jo. Si quieres, te recuerdo que fuiste tú quien inició este plan. No puedes ahora echarme la culpa. Además, creo que estaba demasiado agitado para saber que era yo; ya me lo hubiera dicho, no parecer ser un hombre que deje pasar esas cosas. 

Jo se queda en silencio. Al parecer, no le gusta que le digan sus errores. Suspiro, sabiendo que mis palabras no están ayudando a calmarla, pero tampoco me puedo quedar callado ante sus dudas. Ella me observa, con esa mezcla de culpabilidad y determinación en sus ojos. Por un instante, parece querer decir algo más, como si estuviera buscando alguna forma de expresar sus temores sin sonar acusadora. Sin embargo, su expresión cambia cuando mi teléfono vibra en el bolsillo de mi pantalón.

Saco el móvil y veo un mensaje de Daniel: “Bart, ¿puedes hablar?”

Jo lo nota de inmediato y frunce el ceño.

⎯No respondas, Tazarte ⎯me advierte, su tono casi suplicante⎯. Déjalo descansar. Tú también necesitas espacio para pensar. Ahora si te puede reconocer y… 

⎯¿Quieres que lo ignore? Primero me decías que le escribiera y ahora, ¿lo ignoro? Creo que lo que te da miedo es que descubra que fue tu idea ⎯le digo, con una mezcla de reproche y diversión en mi tono.

⎯Tazarte… ⎯me responde Jo, con un tono de advertencia en la voz.

⎯¿Qué tal si está mal? ⎯le pregunto, esta vez en serio, la preocupación evidente en mi mirada⎯. ¿Qué tal si necesita ayuda? Además, no tengo razones para no contestarle.

En ese instante, una idea surge en mi mente, una forma de mantener la distancia sin rechazarlo por completo. Le sonrío a Jo, tratando de calmarla, de transmitirle que tengo esto bajo control, aunque apenas esté improvisando.

⎯¿Y si le digo que estoy afónico y que solo puedo escucharlo? ⎯sugiero, mientras mis dedos vuelan sobre el teclado del móvil, escribiendo el mensaje antes de que Jo pueda detenerme.

Ella me observa con incredulidad, claramente confundida y molesta, pero no tiene tiempo de reaccionar antes de que presione “enviar”. Un mensaje simple, directo: “Estoy afónico, pero puedo escucharte”.

⎯¿Realmente crees que eso funcionará? ⎯pregunta Jo, cruzándose de brazos y suspirando con resignación.

⎯Es lo mejor que se me ocurre ahora ⎯le digo, tratando de sonar seguro, aunque en realidad estoy tan confundido como ella⎯. Tú nos acercaste, no nos separes ⎯bromeo, intentando relajar el ambiente.

El móvil vibra rápidamente con la respuesta de Daniel: “Está bien, solo necesito hablar con alguien”. Sus palabras me llenan de alivio, pero también de inquietud. Esto no es sostenible, lo sé, pero por ahora es lo único que puedo hacer.

⎯¿Qué dijo? ⎯pregunta Jo, inclinándose para leer la pantalla con una mezcla de curiosidad e impaciencia.

⎯Dice que me llamará ⎯le respondo, mientras mi mente empieza a pensar en los pasos a seguir.

Entonces comienzo a caminar hacia la salida del recinto, alejándome de la orquesta y buscando un lugar donde pueda hablar en completa privacidad.

⎯¿Dónde vas? ⎯pregunta Jo, siguiéndome con pasos rápidos, sin perderme de vista.

⎯Si escucha los ruidos de la orquesta, sabrá que soy yo, así que me iré a un lugar privado ⎯le explico, acelerando el paso.

Jo me sigue con fe ciega, ni siquiera pregunta a dónde me dirijo. Solo sigue mis pasos, ansiosa y nerviosa. Nos deslizamos por los pasillos hasta que encuentro una pequeña oficina que comparto con el maestro de pintura. Entro y abro otra puerta al fondo; es un pequeño baño, probablemente el único sitio donde no habrá interrupciones.

⎯¿Es en serio? ⎯pregunta Jo, frunciendo el ceño, pero cuando el móvil suena, se cuela rápidamente en el baño conmigo, tan nerviosa y emocionada como yo.

⎯¿Lista? ⎯le pregunto, señalándole con un dedo que guarde silencio.

Ella asiente, mordiéndose el labio en anticipación mientras la llamada entra.

Respondo la llamada con un leve sonido de la garganta, un carraspeo suave que simula mi “afonía” y que espero que Daniel entienda como señal de que estoy ahí, pero incapaz de hablar. Jo, me pide a señas que ponga la llamada en el alta voz. 

⎯¿Bart? ⎯pregunta Daniel al otro lado de la línea, su voz cargada de ansiedad y emoción contenida.

Hago otro sonido, una especie de “mmm”, confirmándole que soy yo y que estoy escuchando.

⎯Gracias… gracias por contestar ⎯continúa él, y siento el peso de su voz aliviada, pero aún temblorosa.⎯. Necesito… necesito hablar con alguien, y no sé por qué, pero contigo siento que puedo ser honesto, que no me juzgarás.

Miro a Jo de reojo, y ella asiente, como alentándome a seguir con el plan. Con cuidado, mantengo el “personaje”, haciendo ligeros sonidos para que él sepa que estoy presente y que lo escucho.

⎯Hoy… bueno, salí con Sebastián ⎯dice, y mis manos se tensan un poco al escucharlo⎯. Fue… extraño, muy intenso. A veces no sé si me atrae o si simplemente estoy buscando algo que me distraiga de… de todo lo demás.

Jo me mira con los ojos muy abiertos, como si quisiera decirme algo, pero se queda callada, dejándome escuchar en silencio.

⎯Lo peor es que casi… casi me besa ⎯admite Daniel, y siento mi pecho apretarse un poco, aunque trato de mantener mi respiración calmada⎯. No sé qué estaba pensando. Fue como si algo me empujara hacia él, como si, en ese momento, todo lo demás desapareciera.

“What”, expresa Jo en silencio. Yo le pido que no hable. 

Hago otro pequeño sonido, un “mmm” que intenta transmitir comprensión, aunque en mi mente el caos crece. Escuchar esto me afecta más de lo que quisiera admitir.

⎯Pero luego… luego sentí como si estuviera traicionando a alguien, a algo ⎯continúa, su voz bajando hasta casi convertirse en un susurro⎯. Tal vez a mí mismo, no lo sé.

Siento que la llamada se vuelve más y más pesada, como si cada palabra de Daniel cargara con el peso de un mundo que ha estado luchando por entender. Quiero hablar, quiero decirle tantas cosas, pero estoy atrapado en este papel de “Bart”, de un hombre que no puede responder, solo escuchar.

⎯Pero lo deseé, lo deseé muchísimo ⎯continúa Daniel, con un susurro que apenas se escucha, pero que lleva toda la carga de su verdad⎯. Quería sentirlo; comprobar que esa parte de mí no ha muerto, que todavía puedo… que todavía puedo conectar con alguien.

Me muerdo el labio, conteniendo el impulso de decir algo, cualquier cosa. Me obliga a mantener la calma, pero no puedo evitar que una parte de mí también se rompa al escuchar sus palabras. ¿Es eso lo que le empuja hacia Sebastián? ¿Un deseo desesperado de sentirse vivo, de recuperar algo que siente que perdió? ¿Por qué no lo pierde conmigo? 

El silencio que se apodera de la línea es abrumador. No hay palabras, no hay sonidos, solo la respiración de Daniel al otro lado, y el peso de lo que acaba de decir flotando entre nosotros. Quiero ser honesto con él, pero soy consciente de que esa no es una opción ahora.

Hago un sonido suave, uno que espero transmita que estoy aquí, que lo escucho, que lo entiendo en silencio. Y por un momento, siento que mi apoyo sin palabras es todo lo que necesita.

⎯Gracias… gracias por escucharme, Bart ⎯dice finalmente, su voz ahora más calmada, aunque aún teñida de vulnerabilidad y agotamiento⎯. No sé por qué te digo estas cosas, pero contigo siento que puedo ser honesto, como si… como si no tuviera que ocultar nada.

Cierro los ojos, dejando que sus palabras se graben en mi mente. Su confesión me duele y me llena de algo parecido a la esperanza, una esperanza que no debería sentir, que no debería permitir que crezca.

Respondo con un murmullo de comprensión, tratando de ofrecerle un consuelo mudo, y escucho cómo él suelta un pequeño suspiro al otro lado.

⎯A veces, solo necesito saber que alguien está ahí, sin juzgarme, sin intentar decirme cómo debo sentirme ⎯susurra, con una mezcla de gratitud y tristeza⎯. Gracias por eso, Bart. No sé qué haría sin ti⎯. Espero te recuperes pronto. 

Finalmente, cuelga, y me quedo mirando la pantalla del móvil, todavía procesando lo que acaba de pasar. Siento el peso de todo lo que no he dicho, de todo lo que guardo en silencio. Daniel no sabe quién soy en realidad, y aunque siento que me está conociendo de una forma en la que nunca antes nadie lo ha hecho, me duele pensar que es a través de una máscara.

Suspiro, dejando que el peso de la culpa y el deseo se asienten en mi pecho, mientras Jo me observa, sin decir una palabra. El silencio llena el pequeño baño. Jo me observa, estudiando mi expresión.

⎯Tazarte… tienes que hacer algo ⎯dice en voz baja, como si temiera romper el momento.

Pero yo solo niego con la cabeza, intentando ordenar mis pensamientos.

⎯Haré algo… ⎯comento. 

Jo sonríe. 

⎯¿Qué? 

⎯Lo dejaré… 

⎯¡WHAT! ⎯expresa, bastante sorprendida⎯. ¿Cómo lo dejarás? No puedes hacer eso. Tienes que ser tú, no puede ser Sebastián. 

⎯No, Jo. Sebastián saca lo peor de mí, pero esto… esto es algo que Daniel debe decidir. No puedo empujarlo hacia mí ni alejarlo de Sebastián. Si estoy aquí, será solo para escucharlo y para apoyarlo en su decisión. No puedes obligar a un corazón a escoger, él escoge solo. Si Daniel siente algo con Sebastián… que así sea. 

Jo suspira, claramente frustrada con mi respuesta. Su ceño se frunce y puedo ver la desaprobación en su mirada. Cruza los brazos con más fuerza, como si quisiera aferrarse a su punto de vista con toda su voluntad.

⎯Tazarte, te estás lavando las manos. ⎯Su tono es firme, lleno de reproche⎯. Daniel necesita a alguien que lo impulse, que lo saque de esa zona gris en la que ha estado atrapado. No necesita que alguien lo deje a la deriva y lo deje “decidir” sin más.

La miro y me esfuerzo en mantener la calma. No es fácil. La insistencia de Jo, aunque entiendo que viene de un lugar de amor y preocupación, me hace sentir atrapado. No puedo obligar a Daniel a elegir algo que aún no sabe si quiere.

⎯Jo, no se trata de lavarme las manos ⎯respondo, tratando de ser lo más claro posible⎯. Se trata de respetar sus sentimientos y su proceso. Esto no es una competencia donde el más persistente gana el premio. Si Daniel necesita tiempo para saber lo que quiere, entonces tengo que darle ese espacio, aunque eso signifique arriesgarme a perderlo.

Ella baja la mirada, mordiéndose el labio, pensativa. Sé que entiende lo que digo, aunque quizás no esté de acuerdo. Y luego, casi en un susurro, responde:

⎯Pero… ¿y si Sebastián se aprovecha de ese tiempo? ¿Y si usa cada segundo para manipularlo, para enredarlo en sus palabras? ⎯me pregunta con un tono casi desesperado⎯. Tú y yo sabemos que Sebastián no busca algo verdadero. Solo quiere ganarse a Daniel como un trofeo.

Sus palabras golpean una fibra sensible en mí, y el enojo que intento suprimir amenaza con salir a la superficie. Pero me obligo a respirar, a recordar que no puedo actuar basado en lo que Sebastián pueda o no pueda hacer. No puedo actuar basado en el miedo de lo que otros hagan.

⎯No quiero que Daniel sienta que alguien lo está forzando a una decisión. ⎯La miro, mi voz más baja y cargada de una determinación que ni siquiera sabía que tenía hasta ahora⎯. Si soy la persona correcta para él, eso se demostrará por sí solo. Y si no lo soy, entonces… entonces también está bien. Pero no seré alguien que lo manipule ni lo empuje hacia algo. Me prometí que nunca forzaría nada en el corazón de otra persona, Jo.

Jo cierra los ojos, como si procesara mis palabras con un peso que ella misma lleva en su interior. Cuando los abre, su expresión es más suave, aunque sigue cargada de frustración.

⎯Eres demasiado noble, Tazarte ⎯dice con un suspiro⎯. Ojalá Daniel vea lo que veo yo. Porque si te deja ir… si realmente te deja ir, es él quien perderá. ⎯Yo asiento, aunque en mi interior siento una mezcla de miedo y esperanza. De alguna forma, dejo que la conversación se disuelva en el silencio del pequeño baño. Jo finalmente asiente, resignada pero, en el fondo, comprendiendo mi postura⎯. Entonces… supongo que ahora solo nos queda esperar, ¿no? ⎯dice, y su tono suena más resignado, aunque no menos determinado.

La miro, con una leve sonrisa de aceptación.

⎯Así es. El tiempo dirá, Jo. El tiempo dirá.

⎯No, no me gusta esto… 

⎯Todo estará bien. Ven, dame un abrazo ⎯le pido. 

⎯No, no, no… ⎯Niega 

⎯Venga… 

La abrazo, y aunque al principio siento su resistencia, lentamente se deja llevar. Jo siempre ha sido así: una persona fuerte, resistente, decidida. Pero, debajo de esa coraza que proyecta, sé que hay un corazón lleno de amor y preocupación por su primo, y quizás, también algo más que ha estado escondiendo.

⎯Jo… ⎯murmuro, mientras la sostengo⎯. Sé que estás preocupada por él, pero también siento que hay algo más que te pesa. ¿Quieres hablar de eso?

⎯No estoy lista… mejor concéntrate en Daniel ⎯me pide, para después dejar de abrazarme. 

Mientras reviso el móvil, un mensaje nuevo aparece en la pantalla. Es de Daniel. Siento una ligera sorpresa, ya que nuestra última conversación había quedado en un punto algo ambiguo. Abro el chat, esperando encontrar algo casual, y me encuentro con algo que definitivamente no esperaba.

⎯Ves… tiempo al tiempo ⎯le repito.  

“Tazarte, creo que te debo una cena por todo lo que has hecho por mí últimamente.”

Una sonrisa se dibuja en mi rostro al leerlo. Daniel tiene esa manera tan sutil de agradecer, como si cada palabra fuera medida cuidadosamente antes de lanzarse. Decido responder sin perder mucho tiempo.

“¿De verdad? Pues me encantaría aceptarla. ¿Tienes algún lugar en mente?”

La respuesta llega rápidamente, como si estuviera esperando mi mensaje.

“Pensé en un lugar que te mencioné una vez. Pequeño, acogedor y, dicen, con una de las mejores cartas de vino de la ciudad. Me gustaría que fuera una noche tranquila. Nada de formalidades.”

“¿No es McDonalds, cierto?”, respondo. 

“No, no… te prometo que te gustará”, me escribe. 

Asiento, aunque sé que él no puede verme. La idea de una cena sin formalidades, solo los dos, me parece la oportunidad perfecta para ver si las conversaciones que hemos tenido recientemente pueden llevarnos a algo más profundo.

“Entonces es una cita. ¿Te parece bien a las 8 p.m.?” le escribo, intentando mantener el tono ligero, pero dejando que mis intenciones queden un poco al descubierto.

Él responde con un simple, pero firme:

“Perfecto. Nos vemos a las 8.”

Guardo mi móvil y veo la sonrisa de Jo. 

⎯Tiempo al tiempo ⎯me dice. 

⎯Recuerda, Jo, si te apresuras, pierdes el ritmo; si te retrasas, te quedas fuera de la melodía. Hay que dejar que cada nota suene en su momento, que cada acorde resuene hasta que esté listo para dar paso al siguiente.

⎯Y una vez más… hablamos de música ⎯me contesta, para luego darse la vuelta y salir de ahí. 

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