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Mi nombre es David Canarias Lafuente, soy médico con una especialización en pediatría. Sí, soy pediatra, me gustan los niños, ya que son pacientes maravillosos y siempre tiene preguntas que te llevan a la autorreflexión como ¿cuál es tu dinosaurio favorito?, ¿qué color de dulces te gustan?, y mi favorita, ¿por qué debo hacer los deberes de la escuela?, una a la que nunca doy una respuesta, porque el padre siempre está enfrente de mí.

También me hice pediatra por las madres de los niños, ¡oh sí!, si supieran cuántas madres solteras llegan con sus hijos pequeños a la sala de emergencias, no me lo creerían, pero tampoco discrimino a las casadas, yo tengo mucho amor y cariño que dar, y me encanta, así que mi paciente siempre se va sin dolor, con un caramelo de mi color favorito y yo con un nuevo número que se ha colado en la bolsa de mi bata.

Este soy yo, y además de David tengo muchas nombres, mujeriego, conquistador, casanova y mi favorito donjuán, y no, no me da pena admitirlo. La verdad es que desde muy joven comencé en este ambiente y he llegado a dominarlo a la perfección. Desde entonces he estado con todo tipo de mujeres, sin distinción de raza o tipo de cuerpo. Opino que todas las mujeres son hermosas, y si ellas quieren amor, yo se los daré, porque el amor debe ser gratuito todos, todos deberían de tenerlo y yo no soy nadie para negarlo.

Sin embargo, tomo mi trabajo muy en serio. Me encanta ser pediatra y estudié arduamente para ganarme cada calificación, certificación, puesto y todo el conocimiento qué poseo. Me desvelo estudiando, amanezco en el hospital atendiendo pacientes y me apasiona cada faceta de mi carrera, mi meta es llegar a ser el directo del área de pediatría y sé que lo logré. 

Aunque todo esto no signifique que no pueda salir a divertirme un miércoles por la noche y llegar a un turno de 24 horas con la cabeza hecha un desastre por el alcohol.

—¡Y aquí llegó mi Casanova favorito!— me dice mi mejor amigo, Ulises, mientras me ve entrar perfectamente arreglado, pero con el rostro de querer morir lentamente—¿cómo te fue?

—Bien, tengo una jaqueca de los diez mil demonios que no sé cómo quitarme, iré con Lula para que me dé algo— respondo.

—Espera, ¿qué no me dirás? — insiste Ulises. Algo que odio de él es que vive a través de mí. Siempre quiere que le cuente mis historias con detalle para luego imaginarse que las vivió él. Ulises no es ni un donjuán, es demasiado… no sé, no puedo explicarlo.

—Uli, ahora no tengo humor y en diez minutos entro a turno. Te prometo que en mi descanso te cuento algo, ¿vale? — y le doy una palmada sobre la espalda.

—De acuerdo, solo que no te olvides de los…— y comienza a mover sus caderas de adelante hacia atrás y con los brazos estirados hacia delante con las manos cerradas en un puño.

—Adiós— respondo. No me interesa que Ulises sepa cosas sobre mi intimidad y el sexo. Digo, soy casanova, pero también soy un caballero, y no tengo memoria, menos hoy con esta migraña.

Me acerco hacia la isla de enfermeras y veo a Lula, la encargada de todas, una mujer de unos cuarenta años, regañando a Alexandra, una de las enfermeras más rebeldes que hay. Todo Casanova tiene siempre a alguien con quien poder pasar el rato cuando no tiene ganas de salir a buscar con quién. Esa, para mí, es Alexandra, mi relación más larga con una mujer, porque en realidad no es una relación, por eso ha durado tanto.

—Lula, Lula, Lula — interrumpo su regaño haciendo que todas las jóvenes enfermeras volteen a verme y Alexandra se sonría.

—¿Qué quieres Canarias? — pregunta, con ese rostro severo que siempre tiene.

—No grites así, Lulita, ¿qué te hizo la pobre Alexandra para que hables en ese tono?, tan bonita voz que tienes.

Lula niega con la cabeza— tus estrategias no funcionan conmigo, Canarias. Vas a llegar tarde a tu turno, así que deja de entrometerte.

—Pero Lula, ¿por qué me tratas así?— pregunto y abro los brazos — si yo solo quiero amarte, venga, dame un abrazo.

—¡Qué no, Canarias!— me reclama. Sin embargo, yo voy detrás del mostrador y la envuelvo entre mis brazos.

En verdad, Lula y yo nos llevamos muy bien. Ella es mi mayor consejera, como otra madre aparte de la mía, y solemos pasar mucho tiempo platicando. Lula me trata como un hijo, pero, a la vez, desea con toda su alma, que no me llegue a casar con su hija; ironías de la vida.

—¿Qué es lo que desea doctor Canarias?— dice al fin.

—Amor y de esas píldoras maravillosas para la jaqueca, y si tienes por ahí un zumo de naranja, mejor.

Lula niega con la cabeza— ¿otra vez en las andadas?

—¿Cuándo he salido de las andadas? — pregunto, haciendo reír a Alexandra.

—¡Qué hacen ustedes aquí!— reclama Lula, al ver a todas las enfermeras viendo la escena—¿qué no tienen trabajo que hacer?

—Sí Lula— responden a coro y se dispersen por nivel.

Alexandra con sus labios me dice “¿mañana en tu piso?” Y yo le cierro el ojo para indicando que mi respuesta es un “sí”.

—¡Alexandra, bueno!, ¿qué no escuchaste?— expresa, Lula enojada.

—Lo siento, Lula— y sale caminando de allí.

Luego voltea a verme —¡ya ves lo qué provocas! — me regaña.

—¿Yo qué?, ¿qué culpa tengo yo?— le respondo siguiendo el regaño.

—Llegas, con tus encantos, y ese oler a limpio que siempre traes, y el cabello así, rizado…— habla rápido porque está nerviosa— y me las distraes.

—Y, ¿eso es mi culpa?, llegar duchado, con olor a limpio, el cabello rizado y con buenos modales… ¿Es mi culpa?

Lula se sale del mostrador y camina hacia la estación donde tenemos las medicinas—¡sabes muy bien de lo que hablo, David!, no puedes evitar ser quién eres ni en este lugar. ¿Sabes quién vino a buscarte?, el marido de la señora que atendiste en emergencias hace dos días…

Me quedo en silencio porque no tengo ni idea de quién es, sin embargo, doy mi mejor intento—¿Sal… Ma?

—¡Sasha!— me corrige, para luego buscar la píldora milagrosa— afortunadamente no estabas, pero, ¿en serio?, su hijo se sentía mal, tenía una alergia y tú… ¿La sedujiste?

—¿Yo?, ella fue la que puso su número en mi bata, y si te soy sincero jamás me dijo que era casada. Y ella me sedujo a mí, ¿quién iba a pensar que esa escapada al baño terminaría en una cita en el bar más cercano?

Lula voltea a verme— ¡Ay pobrecito, como sufres Canarias!— y me da la píldora en la mano.

Me tomo la píldora y me la paso con la saliva—juro, lo juro, que jamás me lo dijo. Además, no soy tan idiota, tome la bata del Doctor Di Marco, la que aventó a su casillero cuando lo corrieron, así que, no hay nada que me vincule, solo tú sabes que fui yo, ¿a qué si? Oficialmente, el Doctor Di Marco, la atendió… y muy bien.

Lula trata de no reírse, así que se cubre la boca como puede, pero no lo logra y comienza a reír— Dios, eres tremendo, ¿cómo le hacía tu madre para soportarte?

—Mi madre me ama como soy… venga Lula, no te enojes. Sabes que soy un buen chico a pesar de todo.

—¡Y eso es lo que me molesta!— me reclama tratando de dejar de reírse— que eres un partidazo para cualquier mujer y andas de flor en flor y luego ¿Alexandra?, no es la más brillante, ¿si lo sabes?— me confiesa. Sí, Alexandra no es tan brillante.

—Venga Lula— le doy un abrazo— ámame como soy.

—Te adoro, Canarias… pero, en verdad, no entiendo cómo, lo que daría por verte casado con una buena mujer.

Sonrío, Lula acaba de repetir las palabras que mi madre me dice cada vez que la veo— tal vez, no soy material para una buena mujer— respondo.

Lula se aleja de mí y acaricia mi rostro maternalmente— uno recibe el amor que cree merecer, verás que cuando llegue ese amor y lo desees, no se irá— me dice seria.

—Y, ¿si el amor de mi vida eres tú?— contesto en broma, y luego esbozo una sonrisa.

—¡Dios!, es insoportable Doctor Canarias, ya váyase a trabajar— responde, y se aleja de mí.

—¡Venga, Lula!, amor mío… ¿Por qué me abandonas? — hablo en voz alta haciendo que ella me ignore. Me quedo un rato viendo el panorama y reflexionando lo que me dijo Lula. Sí, es verdad, soy el hombre que toda mujer podría desear, pero… ¿Dónde está esa mujer?, supongo que la seguiré buscando hasta encontrarla. 

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