Picaflor ©
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Las personas como yo nos regimos con base en ciertas reglas que vamos formulando, aprendiendo y adaptando conforme nuestro oficio va tomando forma. Yo tengo un dicho y once reglas básicas que sigo al pie de la letra y jamás olvido, lo que me ha ayudado a salvarme de muchas, porque en verdad he estado muy cerca de situaciones que pudieron haberme metido en problemas.
“Cabeza fría y cuerpo caliente”, eso es lo que siempre digo cuando me toca estar con una mujer, lo que me lleva a la regla número once: nunca dejar un soldado atrás, quiero decir, siempre traer preservativos. Eso de que no se siente cuando los usas, es una gran mentira, prefiero invertir en un preservativo extra sensible, que en una pensión alimenticia por dieciocho años. La verdad es que me gustan los niños, pero aún no me veo como padre, aunque, al paso que voy, creo que jamás lo seré; lo siento por mi madre.
Las reglas uno al cuatro son más bien costumbres. La uno es no quedarse hasta el amanecer. La dos, no permitir que te hagan el desayuno, porque una mujer, cuando te hace el desayuno se imagina una vida en pareja que evidentemente tú no le darás. La tres, borrar el número del móvil porque seamos sinceros, no la volverás a llamar y, la cuatro, jamás lleves a una mujer a tu piso, cuando se ha visto que Batman lleva a sus conquistas a la baticueva.
Las reglas cinco a diez son para sobrevivir. La cinco, jamás estar con la misma mujer dos veces porque inmediatamente dirán que es una relación. La seis, no decir nombres en el sexo por lo que se usan motes como “mi amor”, “guapa”, “querida” o cómo ella quiere que le llames. La regla siete es siempre mantenerse en forma, no solo por la vista sino por la resistencia y la condición. La regla ocho no ser cita para reuniones familiares o de amigos, no quieres que sus padres conozcan al hombre que posiblemente solo la quiere ver desnuda o jugar el papel de “buen partido”. La nueve, decir lo mínimo sobre ti y la diez, siempre tener un plan de escape, uno no sabe si hay un novio o un marido involucrado.
Todas estas reglas me han mantenido a salvo desde que empecé este recorrido a la tierna edad de los dieciséis años, cuando perdí mi virginidad con una mujer mayor que yo. Después, tomé mi propio rumbo y hasta ahora me ha ido bien, bastante bien, para ser verdad y no me arrepiento de ninguna de las cosas que he hecho hasta ahora. Sin embargo, no es fácil, ya que me he formado una reputación, buena o mala, con la que debo cargar, y a veces esto llega a ser bastante pesado.
En el hospital, todos me conocen por el hijo de David Canarias Donato, uno de los hombres más importantes y ricos de España y por el otro, soy el donjuán, especialista en conquistar mujeres, el ligador, el seductor y sobre todo el que “no se compromete” por lo que la mayoría de mis colegas, saben que solo estoy para pasar el rato, por lo que tengo pocos amigos y muchos rumores a mi alrededor.
Uno de mis mejores amigos es Ulises. Lo conocí cuando estábamos en la universidad y ahora trabajamos en el mismo lugar. Mi relación con él es de amistad pero no tan cercana como yo quisiera. Digo que es uno de mis mejores amigos porque no tengo otro, pero, él no conoce muchas cosas sobre mí aunque yo sé todo sobre él, y debo admitir que entre más lo conozco, más tengo mis reservas y mis límites. A veces siento que Uli vive a través de mí, al principio era halagador, ahora es molesto.
Mi otra amiga es Alexandra, una de las enfermeras del hospital. Digo que es mi amiga porque en verdad no sé qué rol darle. Ale, es mi colchón, mi seguridad, la mujer que sé siempre estará ahí para divertirme, tener sexo o simplemente salir a dar la vuelta, no más. En realidad, no hay nada personal entre ella y yo, no hay pláticas profundas, ni señales o sentimientos de cariño. Ella me usa para aplacar las ganas y dormir en mi piso cuando no llega al suyo, y yo para pasar el rato y matar las horas de soledad; ella no espera nada de mí, yo no espero nada de ella, así son las cosas.
Así que una vez más estoy aquí en mi piso con Ale, después de 24 horas de estar atendiendo pacientes en emergencias, de 20 tazas de café y dos comidas semi probadas. Alexandra yace en mi cama, después de tener sexo conmigo, fumando un cigarro mientras ve un catálogo de zapatos y me platica de las botas que se quiere comprar. Yo, por mi parte, estoy completamente metido en el libro que estoy a punto de terminar, ese que descansa en mi mesita de noche y que en mis días libres me entretiene. La lectura, es mi forma de escape y así sea sobre medicina o algún libro de literatura, me gusta hacerla en silencio y a solas; algo que Alexandra no entiende.
—¿Crees que estas botas se me ven bien con los vaqueros azules? — me pregunta, mostrándome el catálogo.
—No sé.
—¿O con el vestido?
—No sé— respondo tratando de leer la última línea que ya he repetido diez veces.
—Lástima que no podemos llevar botas con el uniforme, ¿te imaginas?, lo sexy que sería.
—No sé.
Alexandra con su mano baja el libro haciendo que pierda la página —¿me estás haciendo caso?
—No, Ale, no… estoy tratando de terminar este libro para poder empezar otro. Así que si me disculpas, regresaré a leer.
—Pffffff, ¡qué aburrido!, este Canarias no me gusta, me gusta el que me hace ver las estrellas con ese movimiento de lengua y esas posiciones.
—Pues ese Canarias ya pasó y ahora está leyendo— le respondo y vuelvo a buscar la página.
—¿Para qué lees?, no tiene nada de divertido, ¿solo lo haces para que todos te tomen en serio? — pregunta, y yo volteo a verla.
—No, lo hago porque me gusta, y no necesito leer para que me tomen en serio. Además, siempre he leído, mi madre me dio esa costumbre— busco entra las páginas una de las tantas frases que he marcado y se la muestro —lee qué bello— le pido.
Alexandra se queda callada mientras lo lee y luego me ve —¿tengo que entenderlo?— pregunta.
—No Ale, no entenderlo, sentirlo… la lectura también se siente, es la magia de la literatura— hablo algo apasionado.
—¿Hmmm?, no, pero, ¿sabes que sí sentí?, ese grueso y gran Canarias que tienes aquí— y mete su mano entre mis piernas para sentir mi bulto.
Me río, aunque no quisiera— Dios, eres insoportable.
—Dirás, insaciable— me responde y luego se pone a horcajadas sobre mí, toma el libro y lo avienta hacia el suelo.
—¡Cuidado!, se puede deshojar.
Alexandra me da un beso sobre los labios y se quita la playera que traía encima para mostrarme sus pechos— no necesitas libros, Canarias, ya tienes lo necesario para ser interesante— pronuncia y siento su mano tocando mi bulto y excitándolo.
Comienzo a dejarme llevar por sus besos, a seguirle el juego y, una vez más, me encuentro cayendo en este vacío de sexo y seducción que cada día me cuesta más. Quiero decirle que no leo para sentirme interesante, lo hago para descubrirme, porque siento que los libros me comprenden, me acompañan, me enseñan y me alejan de este mundo, uno que a pesar de todas las mujeres con las que estoy y las fiestas a las que acudo, llega a ser muy, muy solitario. Ser un donjuán, puede llegar a pasarte una gran factura que, a veces, es difícil de cubrir.
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