David Tristán Canarias Ruiz de con
Escribe Valentina en el buscador y de inmediato el gallardo rostro de David se muestra en la pantalla. Los datos de su nacimiento y de su persona. Valentina lee en voz alta:
—David Tristán Canarias Ruiz de Con nació el 2 de julio en Madrid, hijo del talentoso pediatra David Canarias Lafuente y la prestigiosa fotógrafa Luz Ruiz de Con Caballero. Es hermano de Alegra Canarias Ruiz de Con, Sila Canarias Ruiz de Con y Lila Canarias Ruiz de Con. Durante su infancia, vivió en Puerto Vallarta, México, y a los 12 años se mudó a Madrid para establecerse. Actualmente, David Tristán es el jefe de proyectos en la Fundación Canarias-Lafuente. Su carrera comenzó en el mundo de la moda, trabajando como modelo desde los 16 hasta los 19 años. Se graduó con una licenciatura en Administración de Empresas con enfoque en Gestión de Proyectos y actualmente está cursando una maestría en Administración de Empresas con especialización en Gestión de Proyectos. En su vida personal es muy cerrado, pero se sabe que está en una relación con una de las herederas del imperio vinícola, Ana Carolina Santander Della Rovere.
Valentina hace clic en el nombre de Ana Carolina Santander Della Rovere y de inmediato aparece su rostro sonriente en pantalla. Comienza a leer en voz alta.
—Ana Carolina Santander Della Rovere es una prominente heredera de uno de los imperios vinícolas más prestigiosos del mundo. Su familia, conocida por su excelencia en la producción de vinos, ha cultivado a lo largo de generaciones una reputación inigualable en el sector, combinando tradición y vanguardia en cada botella. Como parte de esta ilustre herencia, Ana Carolina no solo continúa el legado familiar, sino que también infunde su propia visión innovadora en la marca, asegurando su relevancia y calidad en el mercado global.
Justo debajo de sus datos, se despliega el Instagram de Ana Carolina, y sin dudarlo, Valentina accede a su perfil. La primera foto que encuentra es una imagen de Ana Carolina junto a David Tristán. Ambos están al aire libre, en un pintoresco pueblo. Ana Carolina está sentada en el borde de un muro, envolviendo sus brazos alrededor del cuello de David, quien está recargado y sonriente. Ella está tan cerca de su rostro que parecen estar en una burbuja de intimidad, mientras él toma sus manos con ternura y sonríe.
“Ti amo oltre le stelle. Felices 11 años, cari, soy muy afortunada de que me ames”. @eltercerdavidcanarias.
Se lee en la descripción. Valentina toca el usuario de David y se lleva una decepción al ver que su perfil es privado.
—Maldición —sale de sus labios.
Comienza a leer su biografía.
Amante de la poesía 📜 | Viajero incansable 🌍 | Tío orgulloso 👶✨ | Autodidacta y maniático del orden 🧠 | Enamorado del amor ❤️
“El hogar nunca cambia…”
@davidtristanoficial
—¿Tienes otro? —se pregunta en voz alta. Al entrar, lanza un grito ahogado, como esos que lanza una persona cuando descubre algo prohibido— ¡Dios mío! —expresa al ver las fotografías de David.
La primera es una de cuerpo completo, donde David está sin camisa, mostrando su trabajado torso y abdomen. Se pueden ver cada uno de los músculos en ese six pack que hace que cualquiera caiga en la tentación.
Valentina le hace Zoom con los dedos y cuando la foto está aumentada, sonríe levemente. Después abre otra foto, donde él se encuentra recostado sobre una cama, trae un pantalón de pórtico y de nuevo el torso descubierto.
“soñando despierto” por Alegra Canarias @alegracanariasdecon
Valentina abre los 12 mil comentarios que hay en la publicación y comienza a leerlos:
“Eres el tipo de belleza que nunca pasa de moda.”
“Con cada foto, redefiniendo el significado de atractivo.”
“Cada mirada tuya es una obra maestra de la elegancia.”
“Cuando sonríes, el mundo entero parece iluminarse.”
“El estilo y el carisma se combinan en ti de forma perfecta.”
“Cada detalle en ti es pura perfección.”
“Eres la definición misma de atractivo y sofisticación.”
“Tu presencia en una foto es un lujo visual.”
“La elegancia y el encanto te acompañan siempre.”
“Cada pose tuya es un destello de clase y sensualidad.”
“Eres el sueño hecho realidad de cada mujer.”
“Tu estilo y atractivo son simplemente irresistibles.”
“Como me lo recomendó el doctor, rico, atractivo y dotado”.
—Dios mío, con razón tiene el ego tan elevado.
Valentina continúa mirando las fotos del portafolio de David Tristán, sumergiéndose en cada imagen con una intensidad que ella misma encuentra sorprendente. Se detiene en cada foto, analizando cada detalle con una meticulosidad casi reverencial. Sus ojos recorren el perfil de su rostro, desde la forma elegante de su mandíbula hasta la intensidad en sus ojos, que parecen contar una historia en cada mirada.
Ella observa cómo la luz juega con sus facciones, resaltando los contornos de su cuerpo y acentuando su presencia en cada toma. La forma en que se viste, el estilo de cada pose y la confianza que emana en cada imagen la cautivan. Valentina se encuentra fascinada por la forma en que logra transmitir tanto con tan solo una mirada o un gesto sutil.
Sus ojos se detienen especialmente en su mirada. Hay una profundidad en sus ojos que parece captar y retener la luz de una manera casi mágica, un reflejo de un mundo interno complejo y atrayente.
A veces, Valentina se pregunta cómo una persona puede capturar tanto en una sola imagen y por qué esos detalles la mantienen tan absorta.
Cada foto parece revelar una nueva faceta de David, una combinación perfecta de fuerza y vulnerabilidad, y mientras ella continúa deslizando las imágenes, siente una mezcla de atracción y confusión. Es como si cada foto la acercara un poco más a entender al hombre que hay detrás de ella, desvelando capas de personalidad que van más allá de su mera apariencia física.
—Son tus ojos, dos estrellas, que brillan como luceros, alumbrando a la alameda cuando salen de paseo —recita en voz baja, mientras ve una foto de su rostro.
Finalmente, Valentina deja escapar un suspiro, sin poder alejar la vista y sacarse de la mente la intensidad y el magnetismo que David proyecta.
Un grito ahogado se escapa, cuando sin querer, le da ‘me gusta’ a la foto.
—¡Dios mío! —se dice. Presiona la pantalla para quitárselo, pero se traba y termina quitándolo y poniéndolo otra vez—. ¡No, no, no! — maldice—. Bueno, tal vez no se da cuenta de que fui yo.
Valentina ve su usuario y se percata que esa es una idea muy estúpida:
@tinadelatorre se lee su usuario.
—Estás en problemas por chismosa.
Valentina cierra la aplicación y avienta el celular sobre la cama como si estuviera maldito.
—¿Ahora qué haré? —dice, pero no lo recoge.
Por un instante ve por la ventana de la habitación y escucha el ruido de los autos que pasan sobre la calle. El balcón la invita a salir, así que lo hace.
La tarde en Madrid está maravillosa, el viento ha refrescado, el intenso calor que ha hecho toda la mañana, y la luz del atardecer que cubre la ciudad la invita a explorar.
Desde que llegó, Valentina ha abandonado el hotel dos veces: una para encontrar un lugar donde comprar ropa y la otra para buscar una iglesia. Las otras veces ha sido para ir a la fundación o buscar el paradero de David Tristán.
—Tienes que salir algún día a explorar —se dice en voz alta, mientras ve a una pareja de turistas que se toman fotos delante de un mural.
Algunos sueñan con venir a Madrid, Valentina soñaba con escapar, y la misión encomendada le había caído como anillo al dedo. Sin embargo, ahora tenía miedo de salir, y por más que el ambiente la llamara no se sentía segura.
El único sitio donde podía estar, extrañamente, era en la sala de la fundación. Ese lugar tenía algo. No sabía si era la fuente que se escuchaba al fondo, que los comerciales de la televisión siempre eran los mismos o, los retratos, esos retratos que ya se sabía de memoria.
—Deberías salir —se dijo, para voltear y tomar su celular y la bolsa—. Hay un parque en frente, solo sal. ¿Qué puede pasar?
Pero Valentina no salió, solo se quedó viendo el atardecer desde el balcón. Lo haría otro día.
***
Ocho de la mañana, las puertas del elevador se abren en el nivel del área de proyectos. Algunos de los trabajadores ya han llegado y ella los saluda con una sonrisa. Se dirige hacia la oficina de David Tristán, pero nota que no ha llegado. Busca a Linda, pero tampoco está ahí.
—Yo llego a las siete treinta —imita la voz de David para, acto seguido, sentarse en el escritorio asignado y sacar su celular.
No tiene el número de David Tristán, así que no puede mandarle mensaje. Abre el Instagram y la cuenta de David Canarias Oficial aparece, voltea a ambos lados y se percata de estar sola. Comienza a bajar las fotos hasta que llega a unas nuevas.
Ahí está él, una vez más sin playera, mostrando su bien trabajo, cuerpo en la playa, o recostado sobre un sofá, envuelto en una toalla, saliendo del mar, nadando en la piscina y una de pie, modelando un traje de baño corto y con el cuerpo brillando por el agua. Su rostro invita a la tentación y toda la combinación de la fotografía irradia deseo.
Valentina vuelve a hacer Zoom y se sonroja.
—¡Con que viendo el menú! —Se escucha una voz.
Valentina salta, pero no le da tiempo de esconder el celular. Al votear, ve a Linda detrás de ella, riéndose.
—¡Me asustaste!
—Así que lo descubriste. No te preocupes, todo el mundo lo hace.
—¿Descubrir? —pregunta Valentina, quitando la cuenta.
Linda toma el celular y vuelve a poner las fotografías.
—El Instagram de David cuando era modelo. Todas caen en él. Admítelo es demasiado guapo.
—Claro… —Linda la ve al rostro, por lo que Valentina no puede mentir—. Un poquito.
—¿Un poquito? —pregunta Linda, sentándose a su lado—. Imagínate, Ana Carolina se come esto desde hace años.
—¡Por Dios, Linda! —expresa Valentina, bastante sorprendida.
—¿Qué?, tú lo piensas, yo lo pienso, todos lo piensan.
—Yo no pienso nada —asegura ella—. No me imagino cosas que llevan al pecado.
—¿Al pecado? —pregunta Linda, entre risas—. Sí, tienes razón, si David Tristán es el pecado, ¿por qué no caer? Digo, para eso existe la confesión.
—¡Linda!, no digas blasfemias.
Linda busca la foto que estaba viendo Valentina hace unos minutos y se la muestra.
—Ves eso. —Señala el torso—. No es agua, es aceite, yo lo unté.
Valentina abre los ojos.
—¡Claro que no! —expresa, para luego sonrojarse.
—Sí, lo hice. Siempre he sido asistente de Tristán. Desde que empezamos a trabajar aquí a los 16 años.
—¿Tienes la misma edad que Tristán? —pregunta Valentina con asombro.
Linda la ve con sospecha.
—¿Qué?, ¿me ves vieja?
—No, no… solo.
—Entonces cuidadito. Y sí, tengo la misma edad. Ambos comenzamos a trabajar aquí y nos hicimos amigos. Él siempre me decía que cuando fuese alguien lo seríamos juntos y lo cumplió. Cuando comenzó a modelar, necesitaba alguien de confianza que le asistiera y fui yo. Recuerdo perfectamente cómo me encargué de cada detalle en sus sesiones de fotos. Ese aceite que brillaba en su piel, fui yo quien lo aplicó, frotándolo delicadamente sobre cada uno de esos músculos definidos. Ese cabello, rizado y suave, lo peiné muchas veces, y qué decir de la mirada… ¿La notas? Es la mirada más intensa que verás en tu vida. Que te hace llegar al Paraíso sin ni siquiera quererlo. Así que no me vengas con que no te gusta, porque se nota cuando lo ves, que te encanta y quieres saber algo…
—¿Qué? —pregunta Valentina en un hilo de voz, encontrándose en un trance.
—Que tú también le gustas a él —habla Linda.
Valentina se sonroja y se muerde los labios. Después, la carcajada de Linda la saca del sueño y voltea a verla.
—Me encanta como caen a eso. Claro que no le gustas, solo me encanta decir eso para ver cómo reaccionan.
Valentina se aclara la garganta y cierra el celular.
—Pues conmigo te equivocas porque, a mí no me gusta.
—Cómo tú digas. —Linda va hacia su escritorio y toma el ipad donde contiene toda la agenda de David. Comienza a revisarla, para después presionar un botón y hablar en voz alta—. Ya son las ocho, Tristán.
—¿Estaba aquí? —pregunta Valentina, alerta.
—Sí. Él llega desde las siete, ¿por qué?
—No, no, por nada…
¿Y si te escucho?, ¿y si sabe lo del Instagram?, ¡Dios mío!
—Señorita de la Torre —escucha la voz de Tristán, al levantar la vista, él se encuentra sonriendo. Hoy trae un traje rosa palo, con una camisa blanca, sin corbata, y lo que parecen unos tenis blancos. Ella recuerda las fotos del Instagram y no puede evitar preguntarse qué se sentiría verlo sin camisa en vivo—. ¿Lista?
—Sí, lista.
—Vale, vamos… Lindura, me avisas, por favor.
—Sí Tristán.
David le da el paso a Valentina, y ella se levanta, toma la libreta y camina sin mirarlo. Linda se ríe bajito, para después ponerse a trabajar.
—Pensé que no estabas —le dice Valentina, viendo hacia el suelo.
—Un buenos días, Tristán, sería bonito. Si no dormimos juntos.
—¡Dios mío!, ¡claro que no! —contesta ella, bastante sorprendida—. Primero me saco los ojos antes de despertar a tu lado.
Tristán se ríe. Se adelanta unos pasos y llega a un salón con la puerta cerrada y saca su credencial, sin embargo, antes de pasarla por el escáner, se recarga en la puerta, impidiendo que Valentina pase.
—¿Tan desagradable soy? —pregunta con una voz sensual y le da una sonrisa.
—No… —dice con timidez—, simplemente… yo…
—¿Usted? —insiste David. Valentina en este punto no sabe si ella se ha acercado o David es el que se acerca, pero lo siente tan próximo a su rostro que puede sentir su aliento.
—Yo creo que deberíamos ver el proyecto.
David sonríe mientras pasa la tarjeta por el escáner. Al hacerlo, la puerta del archivo se abre y las luces se encienden automáticamente. Un amplio espacio se revela ante ellos, con una gran mesa redonda de madera en el centro. Valentina entra y no puede evitar quedarse asombrada ante el orden y la organización que domina la sala.
En las estanterías, las carpetas están meticulosamente clasificadas y ordenadas por años, cada una con un color distinto que denota su tipo de proyecto.
—Azules para proyectos sociales —explica David señalando las carpetas—. Blancas para proyectos de medicina. Moradas para proyectos ambientales. Rojas para proyectos educativos. Verdes para proyectos culturales. —David se vuelve hacia Valentina con una sonrisa orgullosa—. Y todos fueron ordenados por mí cuando era becario en la fundación. Así que sé de qué se trata cada uno a la perfección.
Él saca una carpeta de color azul y la abre. Valentina sonríe.
—Aquí está, tal como lo prometí. Todo suyo por el tiempo que yo pueda estar presente.
—Bien… —Valentina toma la carpeta, pero David no la suelta. La jala ligeramente hacia él, manteniendo una firmeza en su agarre.
—Sin fotos, sin copias, solo lo leerá y hará notas, ¿entendido? —dice David, su voz cargada de seriedad.
Valentina lo mira con una mezcla de frustración y desafío.
—Sí —responde ella, con tono firme, pero que revela una ligera tensión.
—Confío en usted, señorita de la Torre. Ya le dije, estamos atados.
Valentina se acomoda, sin poder evitar una mueca.
—Ya, ya lo sé —responde, tartamudeando un poco mientras sus ojos se encuentran con los de él. Su mirada se mantiene fija en David, desafiándolo a cuestionar su determinación.
David percibe la tensión en el aire y su expresión se suaviza ligeramente, aunque sus ojos aún reflejan una determinación implacable.
—Me alegra que lo entienda —dice él, finalmente soltando la carpeta con una ligera sonrisa de satisfacción. —Recuerde, la confidencialidad es clave. No puedo permitir que estos documentos caigan en manos equivocadas.
Valentina respira profundamente, tratando de recuperar su compostura.
—Lo tengo claro —responde con un tono más controlado. —No hay problema.
David asiente, claramente satisfecho con la respuesta, y se aleja hacia su escritorio. Valentina se queda allí, con la carpeta en mano, sintiendo cómo el desafío no solo reside en la tarea, sino también en la dinámica que se ha establecido entre ambos.
No sabe lo que le pasa con él; es una mezcla de confusión y fascinación. Hay algo en la forma en que David la desafía, que la hace sentir viva, y no solo por el trabajo en sí. La tensión entre ellos no es solo una fricción profesional, es un juego sutil y eléctrico que la atrae de maneras inesperadas.
Cada vez que sus miradas se cruzan, el aire se carga de una intensidad palpable. La forma en que él mantiene su firmeza y control, mientras ella lucha por mantener su propio equilibrio emocional, crea una dinámica que es a la vez agotadora y emocionante. Es un tira y afloja constante, una batalla de voluntades que se despliega con cada interacción.
Valentina no puede evitar sonreírse a sí misma mientras revisa los documentos. Siente que el juego entre ellos es una danza en la que ella está aprendiendo a moverse, una coreografía que la mantiene intrigada. Es como si cada palabra, cada gesto, cada momento compartido con David fuera una pieza de un rompecabezas, uno que ella está ansiosa por resolver.
Esa línea fina entre los dos era la única frontera que los podía separar, una que apenas cubría la distancia y que los mantenía cada quien en su lugar. Era una línea tan delgada que a veces parecía casi invisible, y, sin embargo, su presencia era tan palpable que se sentía en cada respiración compartida y en cada gesto sutil.
Valentina y David se encontraban en un constante tira y afloja, moviéndose alrededor de esa frontera con una precisión casi calculada. La línea, aunque aparentemente simple, tenía un peso simbólico significativo. No era solo una división física, sino un límite emocional que marcaba el espacio entre el deseo y la razón, entre la atracción y la profesionalidad.
Podían cruzarla, sí, pero había algo en el aire, una tensión no expresada, que les susurraba que tal vez no debían hacerlo. Era como si el universo mismo estuviera marcando la línea con una advertencia silenciosa, instándolos a considerar las consecuencias.
—Solo concéntrate, Valentina, solo hazlo —se murmuró.
Pero la tentación era demasiado grande. Sí, David Tristán era el pecado y ella, quería caer en él.
***
Las horas pasaron rápido y cuando menos se dio cuenta, Tristán le pidió la carpeta y le dijo que era hora de irse.
—Pero… —trata de responder Valentina, pero, como siempre, David no cedió.
—Mañana seguiremos, hoy debo irme.
Tristán guarda la carpeta en su lugar y le pide con amabilidad que dejaran el sitio. Valentina sale delante de él y escucha cómo se cerraba la puerta.
—Casi no avancé nada —le reclama, mientras trataba de guardar el cuaderno lleno de notas.
—Lo siento, el tiempo se terminó.
Linda ya lo esperaba, traía en sus manos su saco y un portafolio de piel color café.
—Ya la pedí, te espera abajo —le comunica.
—Bien.
—David…
—Debe dejar el cuaderno con las notas en el escritorio, señorita de la Torre.
—¡Qué! —expresa indignada—, ¿por qué?, si es mío.
David voltea a verla con intensidad.
—Ninguna anotación del proyecto o algo que tenga que ver con él pueden salir de la fundación. Deje el cuaderno en la oficina y mañana lo retoma. Es todo.
David camina hacia el elevador a paso apurado. Linda estira la mano y le pide el cuaderno.
—No, pero cómo… ¡Ay, Dios! —exclama, al notar que David se sube al elevador. Valentina le da el cuaderno a Linda y sale corriendo hacia allá. Mete el pie antes de que se cierren las puertas y entra. David no le dice nada.
—No es justo.
—¿Otra vez con eso? —pregunta David, bastante harto—. Ayer me decía que no es justo que no trabajamos en el proyecto. Hoy estuvimos encerrados como 5 horas trabajando y dice, ¿qué no es justo? Me pregunto, señorita de la Torre, si usted sabe el significado de la palabra justicia.
—¡Claro que lo sé! —expresa Valentina.
Las puestas del elevador se abren y David sale para caminar a toda prisa hacia la puerta de la fundación. Valentina, apenas puede alcanzarlo, así que corre detrás de él.
—¡Te pido que me escuches!, ¡tengo una propuesta!
—Lo siento, señorita, el tiempo se acabó. Tengo cosas que hacer. Nos vemos mañana.
Una camioneta diferente a la de ayer, un poco más grande y con más asientos, lo espera en la entrada. David se sube del lado del piloto y cierra la puerta. Valentina apenas llega para alcanzarlo.
—¡David! —le pide—. Es una propuesta, por favor, escucha.
David trata de arrancar, pero Valentina se atraviesa y se pone frente a él. El ruido de llantas suena en un alto rechinido y todos voltean a verla. Tristán saca la cabeza por la ventana y le reclama.
—¿Es en serio?
—Solo escucha mi propuesta… te lo pido —le ruega—. O no me moveré de aquí.
Tristán mira su reloj y suspira. Va tarde, y no llegará a lo que tiene que hacer.
Él se estira y abre la otra puerta.
—Suba…
—¿Cómo? —pregunta Valentina.
—Suba… al parecer, pasaremos un poco más de tiempo juntos —contesta.
Valentina, nerviosa y con una ligera sonrisa en sus labios, se sube al auto.
—¿A dónde vamos? —pregunta, cerrando la puerta.
—¿Va confiar en mí o no? —cuestiona él, con esa voz sensual que le pone nerviosa.
Estamos atados… piensa, así que suspira y voltea a ver por la ventana.
—Tomaré eso como un sí —responde Tristán, y arranca el auto para salir de ahí.
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