Después de dos semanas en Nueva York, inmerso en un curso intensivo de cómo ser la pareja perfecta para Ana Eva Santander, Xavier sabe que ha llegado el momento de poner todo en marcha. Esta noche, el debut que ambos han planeado en detalle, exige una aparición espectacular, y Ana Eva está lista para dar el golpe definitivo. Para eso, ha seleccionado lo que ella llama su “vestido de venganza”, un atuendo que envía un mensaje claro a todos, especialmente a su exmarido: ella sigue siendo imponente, y ahora más fuerte que nunca.

Antes de prepararse, Ana Eva asiste a su cita habitual en el spa, donde recibe un tratamiento de rejuvenecimiento. Sabe que a sus cuarenta años todavía tiene una belleza y una presencia que muchas envidiarían, pero esta noche debe asegurarse de que todo esté en su lugar: cada línea de expresión suavizada, cada hebra de cabello en perfecto orden. No solo quiere competir con la juventud de la nueva novia de su exmarido; quiere deslumbrar y, además, hacer que su imagen junto a Xavier sea inolvidable.

Finalmente, en el camerino, Ana Eva se coloca el vestido. Es una obra de arte en sí mismo: un vestido negro largo que abraza su figura con una elegancia devastadora. El escote en V pronunciado atrae las miradas sin esfuerzo, pero de forma sofisticada, equilibrando poder y sensualidad. Una línea de botones plateados decorativos baja en diagonal desde el centro del torso hasta la abertura en la pierna, creando una hendidura alta que revela justo lo necesario, dejando una estela de misterio y audacia.

Las mangas largas del vestido terminan en puños plateados que contrastan de forma perfecta, añadiendo un toque sofisticado que combina con el bolso plateado que sostiene en su mano derecha. Los tacones negros estilizan aún más su figura alta y esbelta, otorgándole una imagen que proyecta tanto autoridad como atractivo.

Cuando finalmente se ve en el espejo, Ana Eva sabe que ha logrado lo que quería: una apariencia impecable que no solo la coloca a la altura de Xavier, sino que le asegura que todas las miradas estarán puestas en ellos. No es solo un vestido; es una declaración.

⎯Estoy lista ⎯murmura Ana Eva, alzando la barbilla ligeramente, examinando cada detalle en su reflejo. No es solo una mujer hermosa y poderosa la que le devuelve la mirada desde el espejo, sino alguien que ha renacido de sus propias cenizas, dispuesta a recuperar todo lo que le fue arrebatado. Esta es la noche en la que no solo demostrará al mundo su valor, sino que comenzará su venganza calculada.

Toma los finos y majestuosos anillos y los desliza en sus dedos. El brillo de las joyas resplandece bajo la luz del tocador, y aunque siempre le han gustado los anillos elegantes, siente algo distinto esta vez. Falta uno, el anillo matrimonial que alguna vez llevó como símbolo de una vida perfecta y de una alianza poderosa. Pero ahora, esa ausencia se siente como un alivio. La opresión en su pecho desaparece, y con ella, el peso de las expectativas y las mentiras. Su anillo de compromiso nunca le gustó realmente; era un símbolo de algo que le fue impuesto, una jaula disfrazada de joya.

⎯Espero que Xavier esté listo ⎯murmura, mientras retira el último cabello que se había soltado, colocando cada mechón en su lugar perfecto. Aunque no lo quiera admitir, está nerviosa. Este plan es como un experimento: un cálculo arriesgado cuyo resultado desconoce. Sin embargo, confía en que su nuevo “novio” hará bien su trabajo, que su presencia junto a ella transmitirá la imagen de seguridad y renovación que necesita proyectar.

Respira hondo y exhala lentamente, recordándose a sí misma que esto es lo que siempre ha querido. Después de todo, ella es una estratega, una mujer que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. La diferencia es que esta vez ha diseñado su propio camino, libre de las ataduras que otros le impusieron.

Con una última mirada al espejo, se da la vuelta y abre la puerta del camerino, saliendo hacia la recepción. Ha decidido arreglarse en el spa para evitar a los paparazzi que siempre rondan su casa, y agradece esa decisión. Aquí, en este santuario de calma y lujo, puede concentrarse sin el bullicio que la espera en el evento. Cada detalle ha sido meticulosamente planeado, y la anticipación le provoca una mezcla de adrenalina y emoción.

En la recepción, los empleados se giran a verla, y aunque intentan disimularlo, sus miradas reflejan admiración y sorpresa. Nadie se atreve a decir una palabra, pero todos perciben que Ana Eva ha cambiado, que algo en ella brilla con una intensidad renovada.

Al salir, su coche la espera en la entrada del spa, un auto elegante y discreto que no llama la atención, pero que promete llevarla hacia el próximo capítulo de su vida. Mientras se acomoda en el asiento trasero, su mente se enfoca en la velada que la espera. Esta es una oportunidad para recordarles a todos quién es realmente Ana Eva Santander, una mujer que ha vuelto para quedarse y demostrarles a todos lo que es capaz de hacer. 

El auto se detiene suavemente frente a la alfombra roja que conduce a la entrada del salón, y por un momento, Ana Eva toma una última respiración profunda. Está sola. Xavier llegará más tarde, una sorpresa calculada, la pieza final de su entrada triunfal. La puerta del auto se abre, y ella desciende con gracia, dejando que el vestido negro se despliegue con elegancia mientras coloca un pie tras otro en los escalones que llevan al imponente vestíbulo. Las luces exteriores la envuelven, haciendo brillar cada detalle de sus joyas y realzando el destello plateado de los puños y botones de su vestido.

⎯¡Señora Santander! ⎯ le grita un fotógrafo, esperando a tomar la mejor foto. 

Ana Eva no responde, pero permite que una leve sonrisa asome en sus labios mientras avanza con la cabeza alta, como si cada paso sobre la alfombra roja fuera una declaración de su regreso. Los flashes estallan a su alrededor, y ella mantiene la compostura, consciente de que cada foto, cada segundo, quedará grabado para los medios. Las luces resaltan los detalles plateados de su vestido, el brillo impecable de sus joyas, y el misterio de su expresión.

Los murmullos se hacen eco en el ambiente mientras avanza, y algunos invitados intentan disimular su sorpresa. Todos esperan ver a una mujer afectada por el escándalo de su separación, pero en su lugar encuentran a Ana Eva en su forma más majestuosa, como una reina que vuelve a tomar su lugar. Se detiene un instante, posando sin realmente posar, dejando que los fotógrafos capten la seguridad y la elegancia que irradia.

Con una mirada fija hacia el salón, apenas escucha los gritos de los paparazzi que intentan hacerle preguntas. Pero hay una frase que parece sobresalir entre el bullicio:

⎯¿Vendrá sola esta noche, señora Santander?

Ana Eva sonríe ligeramente y lanza una mirada rápida hacia el final de la alfombra, como si su respuesta estuviera reservada para el instante perfecto. Que esperen, piensa, la sorpresa llegará pronto.

El salón está en todo su esplendor. Las luces doradas bañan el lugar con un brillo cálido y sofisticado, iluminando cada rincón y reflejándose en los rostros de las parejas que conversan animadamente, sus copas tintineando con destellos de cristal. Las mesas están adornadas con centros de mesa de flores frescas, en tonos sutiles que complementan la elegancia de la velada, y en el fondo, el sonido armonioso de un cuarteto de cuerdas envuelve el ambiente con una melodía suave y atemporal.

Cada invitado parece cuidadosamente arreglado, como si todos formaran parte de un acto sincronizado. La música clásica, sutil, pero envolvente, se entrelaza con las risas y las conversaciones discretas, creando una atmósfera de lujo y exclusividad. Ana Eva entra al salón, y sin decir una palabra, parece hacer que el tiempo se detenga. Su presencia impone una calma intrigante que obliga a varios a girarse hacia ella, sorprendidos por su elegancia y su porte.

Ella recorre el salón con pasos firmes y decididos, sus tacones resonando de manera sutil sobre el suelo de mármol. Las parejas a su paso, aun sin dejar de hablar, no pueden evitar observarla de reojo, mientras su exmarido, desde el otro extremo del salón, también detiene su conversación para seguirla con la mirada.

El cuarteto de cuerdas comienza una nueva pieza, más intensa, casi como si acompañara el drama y la expectativa en el aire. Ana Eva se detiene estratégicamente en el centro del salón, y con una ligera sonrisa y un movimiento delicado, toma una copa de champán de una bandeja que pasa a su lado. Está en su elemento, completamente consciente del efecto que ha causado.

Su exmarido es el primero en acercarse. La observa unos instantes antes de pronunciar palabra, intentando disimular su sorpresa ante la transformación de Ana Eva.

⎯Ana Eva, pensé que no vendrías ⎯dice, con una sonrisa cargada de esa familiaridad que a ella le resulta ahora ajena, casi incómoda.

Ana Eva mantiene su expresión tranquila, su mirada fija en él sin dar señales de ninguna emoción. Lleva su copa a los labios y da un sorbo pausado antes de responder, como si el comentario de su exmarido fuera una simple formalidad.

⎯¿Y perderme la velada? No, querido. Este es mi evento, después de todo ⎯dice con una calma tan controlada que él no puede evitar sentirse incómodo. Ella deja que sus palabras se asienten antes de añadir, con un tono cargado de sarcasmo y una sonrisa fría:⎯Por cierto, ¿dónde está tu novia? ¿Su mamá no le dio permiso de salir a jugar?

El comentario lo descoloca. Su expresión cambia por un instante, revelando un leve atisbo de molestia antes de recuperar la compostura. Se esfuerza por disimular su incomodidad, pero Ana Eva sabe que ha tocado una fibra sensible. La tensión se hace palpable entre ambos, y varios de los invitados, que han captado el intercambio desde la distancia, observan con discreción.

Ana Eva lo observa con una mezcla de desafío y burla, disfrutando el control que ha recuperado en ese instante. Gerardo, sin embargo, trata de mantener la calma, pero sus ojos la miran con una mezcla de desesperación y rabia contenida.

⎯¡Basta! ⎯le susurra entre dientes, su voz baja pero tensa—. ¿Por qué no puedes ser una persona decente y aceptar lo que es?

Ana Eva lo enfrenta, manteniendo su mirada fija en él, como si cada palabra suya fuera una invitación a profundizar aún más en la herida.

⎯¿Aceptar que me engañaste? ⎯responde con frialdad, sus ojos clavados en los de Gerardo, sin una pizca de miedo.

El ligero murmullo de dos invitados a su lado hace que Gerardo se ponga rígido. Siente la presión de las miradas en su nuca, y en un intento desesperado por mantener las apariencias, toma a Ana Eva del brazo, tirando de ella con un gesto brusco y discreto al mismo tiempo, llevándola lejos de la multitud. La lleva hacia un rincón del salón, donde los murmullos y las miradas se disipan, pero Ana Eva no cede. Permanece erguida, como si cada uno de sus pasos fuera una declaración de su propia fuerza.

⎯Basta, ten decencia ⎯le espeta Gerardo, apretando los dientes⎯. Compórtate, porque te estás viendo ridícula.

Antes de que Ana Eva pueda responder, una mano firme aparece sobre la de Gerardo. Él levanta la vista y se encuentra con el rostro joven e imperturbable de Xavier. La intensidad de sus ojos no deja lugar a dudas: no es solo una intervención cortés; es un mensaje directo y silencioso.

⎯¿Algún problema, corazón? ⎯pregunta Xavier, con voz suave pero inquebrantable, su mirada fija en Gerardo. La seguridad en su postura y la calma en su tono contrastan con la tensión que emana de cada músculo de Gerardo.

Ana Eva logra soltarse del brazo de Gerardo con discreción, y mientras lo hace, se soba el lugar donde él la presionaba con fuerza, recuperando su compostura al instante. Su expresión vuelve a ser la de siempre: controlada, firme, inquebrantable.

⎯¿Y tú, quién eres? ⎯pregunta Gerardo, mirándolo de pies a cabeza con una mezcla de desprecio y desconcierto.

⎯Xavier Blanco, un gusto… ¿tú eres? ⎯responde Xavier, estirando la mano con una sonrisa cortés que raya en la provocación. Gerardo la ignora deliberadamente, cruzando los brazos y soltando una risa sarcástica.

⎯¿Quién es él? ⎯dice, dirigiéndose a Ana Eva con una sonrisa cargada de sarcasmo⎯. ¿No me digas que trajiste de acompañante a tu nuevo chofer? 

Ana Eva apenas alza una ceja, manteniendo su calma. Pero antes de que ella pueda responder, Xavier interviene con total naturalidad.

⎯No, soy su novio. Llevamos meses saliendo… ¿Verdad, corazón? ⎯Xavier envuelve a Ana Eva con un brazo y la acerca a su cuerpo, manteniendo la mirada fija en Gerardo. La proximidad entre ellos no solo es convincente, sino desafiante, y su tono seguro y desenfadado parece calar hondo en Gerardo⎯. Ya le había puesto el ojo a esta belleza desde la última vez que la vi en Nueva York ⎯continúa Xavier, lanzando una mirada cariñosa a Ana Eva⎯. El idiota de su exmarido me hizo un gran favor engañándola. Cuando la volví a ver saliendo de esa clase de cocina, supe que era destino.

Gerardo se pone tenso, su expresión pasando de la incredulidad al desconcierto. No puede creer lo que escucha.

⎯¿Clase de cocina? ⎯pregunta, soltando una risa amarga—. Ana Eva no sabe ni romper un huevo. Y, por cierto, el “idiota” del que hablas soy yo.

Xavier le da una rápida mirada de arriba abajo, sin el más mínimo interés o respeto, su expresión impregnada de una indiferencia cuidadosamente calculada.

⎯¡Ah, ya entiendo todo, amor! ⎯exclama Xavier con una expresión de falsa sorpresa, volviéndose hacia Ana Eva con una sonrisa cómplice⎯. Así que este es el famoso ex.

Ana Eva asiente, con una sonrisa traviesa y casi divertida, saboreando cada segundo de la escena. El juego se ha vuelto mucho más entretenido de lo que ella esperaba, y el desconcierto en el rostro de Gerardo es el toque final.

⎯Supongo que no conoces quién soy, ¿cierto? ⎯dice Gerardo, intentando recuperar algo de autoridad en su tono⎯. Para tratarme de manera tan irrespetuosa.

Xavier sonríe sin el menor rastro de intimidación.

⎯No me importa quién seas, ni si eres dueño de media ciudad. Si lastimas a una mujer o le faltas al respeto, seas quien seas, eres una mierda de persona ⎯responde, manteniendo su voz baja y firme. Sin darle oportunidad de responder, añade⎯: Ahora, si nos disculpas, tenemos mejores cosas que hacer. ¿Vienes, querida?

Ana Eva le sonríe, sin decir una palabra, pero su mirada es suficiente para hacer entender a Gerardo que esta conversación ha terminado. Con elegancia, se deja llevar por Xavier, sintiendo la calidez de su mano y la confianza en su paso seguro mientras se alejan, dejando a Gerardo atrapado en su propia frustración.

A medida que avanzan, el bullicio del salón parece desvanecerse, y Ana Eva, en un tono bajo, no puede evitar preguntar:

⎯¿Clase de cocina? ⎯susurra⎯. Eso no estaba en el guión. 

Xavier, sin apartar la mirada del camino, responde en un murmullo:

⎯Luego hablamos… solo camina.

***

El resto de la noche, Xavier parecía haber olvidado completamente el guion acordado, y cada palabra que salía de su boca estaba lejos de lo que habían ensayado. Todo el relato detallado de cómo se habían conocido en un evento de negocios en Nueva York, la casualidad de los encuentros en círculos de amigos y la atracción gradual, quedó en el olvido. En su lugar, Xavier inventó una historia completamente diferente.

Con total naturalidad, contaba a los invitados que ellos se habían conocido por casualidad en una galería de arte en Nueva York, y que, al verla, fue amor a primera vista. Continuó describiendo cómo, desde entonces, compartían pasiones y actividades: salir a bailar, aprender a cocinar juntos, asistir a clases de yoga y reír en las noches largas mientras compartían sus sueños. Cada palabra que decía se sentía completamente ajena a Ana Eva, quien jamás haría nada de eso, pero sonreía y asentía, su expresión impecable mientras el resto de la mesa quedaba completamente embelesado con el relato.

La espontaneidad y el carisma de Xavier se convertían en el centro de atención, no solo de su mesa sino de las cercanas, incluidas las miradas cada vez más molestas y desconcertadas de Gerardo. Cada vez que Xavier agregaba un detalle más sobre sus “aventuras” juntos, Ana Eva sentía una mezcla de sorpresa y extrañeza. Xavier estaba creando una historia tan vibrante, tan inesperada, que nadie en la sala podía apartar la vista de ellos.

⎯Es una joya de mujer —dice Xavier, entrelazando sus dedos con los de Ana Eva y mirándola a los ojos con una intensidad que hace que el resto de la mesa contenga el aliento⎯. Su risa es la más bella de todas. No hay nada que me guste más que verla feliz.

Con delicadeza, Xavier lleva la mano de Ana Eva a sus labios y deposita un beso suave en sus dedos, sin apartar la mirada de ella. Ana Eva, aunque incómoda, mantiene la compostura, devolviéndole una leve sonrisa que solo ella sabe que está cargada de confusión. Xavier, sin embargo, sigue con su actuación perfecta.

Los murmullos en las mesas cercanas aumentan, y varios de los invitados, incluidos los amigos de Gerardo, comienzan a comentar en voz baja, encantados con la “historia de amor” que Xavier ha tejido. La tensión en el rostro de Gerardo es evidente mientras observa desde la distancia, incapaz de disimular su irritación.

Ana Eva suspira, mientras el auto se desliza suavemente en la noche, dejando atrás el bullicio y las miradas curiosas del evento. La intensidad de la velada ha dejado sus nervios en punta, y la actuación de Xavier, aunque eficaz, ha roto completamente el guion que ella había trazado meticulosamente.

⎯¿Dónde consigues a un hombre tan maravilloso? ⎯le pregunta la señora Santillán, una mujer de unos sesenta años, recientemente viuda⎯. ¿No tiene un hermano?

Xavier  sonríe con su inconfundible carisma.

⎯No, pero tengo amigos… si gusta, le puedo decir dónde ⎯responde en tono seductor, arrancando risas y suspiros de las mujeres alrededor.

Ana Eva mantiene la compostura en ese momento, pero algo en ella se tensa. ¿Acaso estaba disfrutando demasiado de la atención? Piensa, notando el fervor con el que las mujeres lo miran. Decidida a poner fin a la escena, dijo con un leve tono de autoridad:

⎯Es hora de irnos. Ya es tarde… corazón.

Pronunciar esa palabra le ha tomado esfuerzo, porque jamás imaginó decirlo en público. Pero Xavier, sin perder ni un ápice de su actitud encantadora, le ayuda a levantarse y, tras despedirse de la mesa con un “señoritas, un placer”, desliza un rápido vistazo hacia Gerardo, notando su mirada molesta y fija sobre ellos.

En cuanto el auto arranca, el silencio fue interrumpido rápidamente por Ana Eva.

⎯¡Qué demonios fue eso! ⎯dijo, su tono cargado de enojo.

⎯La actuación de mi vida, eso fue —responde Xavier, reclinándose con una sonrisa despreocupada.

⎯No, eso no fue lo que planeamos en el guión. Ni siquiera te acercaste un poco. Te dejé bien claro que debías seguirlo.

Xavier se encoge de hombros, manteniendo su expresión relajada

⎯Ese guion es anticuado, Ana Eva. Dime, ¿cuántas historias de amor empiezan con un encuentro en un viaje de negocios o una conferencia? Ni en Wattpad pasa eso.

⎯¿Qué?

⎯Le di sabor, le di ternura, emoción. ¿Viste cómo todos estaban fascinados? ⎯Xavier sonríe, recordando la atención de los invitados—. Eran todo oídos. Nadie podía dejar de mirarnos.

⎯Les dijiste que tomo clases de cocina, de baile… claro que Gerardo no te creerá. Sabrá que todo es mentira.

Xavier se inclina hacia ella, mirándola directamente a los ojos.

⎯Es mentira, claro que sí. Todo es mentira. Esta es una actuación, Eva. Pero él no lo sabe. ¿No viste su rostro? ⎯Xavier se ríe suavemente⎯. No nos quitaba los ojos de encima ni cuando alguien intentaba hablarle. Confía en mí, tengo un plan.

⎯¿Un plan?

⎯Sí. Y la próxima vez te lo diré antes, si eso te tranquiliza. Pero ahora… ⎯Xavier hace una pausa, mirando a Ana Eva con una ceja levantada— ¿qué harás? Tendrás que seguir lo que dije, lo de nuestras “salidas” y “actividades” juntos. No es mala idea, ¿no crees?

Ana Eva lo mira fijamente, evaluando sus palabras. Claro, ahora tendría que fingir que era esa mujer renovada y llena de vitalidad, tal como él la había descrito. La idea la incomoda, pero también sabe que el efecto en Gerardo había sido notorio.

⎯¿Qué pensabas? ⎯continúa Xavier⎯ ¿Qué yo era solo un muñeco para sacar cada vez que me necesites? ¿Tantos años de matrimonio y aún no sabes qué hay que convivir más allá de los eventos?

⎯Los eventos eran nuestra “convivencia” ⎯dice Ana Eva, una verdad que apenas admite en voz alta.

Xavier la mira, con una mezcla de empatía y desaprobación.

⎯Pues, se nota. Se nota mucho, Ana Eva.

Ella suspira, dejando caer un poco de la tensión que llevaba dentro.

⎯Escucha ⎯continúa Xavier, su voz adquiriendo un tono firme, casi paternal⎯. Tienes que hacerle saber a tu ex que estás mejor sin él. Todo lo que dije sobre las actividades… lo dije porque él necesita entender que antes era un obstáculo para ti, no una parte esencial de tu vida. Que te estancaba. Tienes que gritarle al mundo “¡mírame! Soy libre de ese yugo, y esta es mi mejor versión”. ⎯Hace una pausa, observando atentamente la reacción de Ana Eva⎯. Estoy mejor sin ti. Si sigues con las mismas actitudes, esto no funcionará, ¿comprendes? Tienes que adaptarte a mí.

Ana Eva parpadea, sorprendida por la audacia de sus palabras. Su incredulidad es palpable, y su voz adquiere un tono cortante.

⎯¿Cómo? ⎯pregunta, sus ojos destilando sorpresa y un toque de indignación⎯. No se te olvida quién te paga.

Xavier se inclina hacia ella, con una calma imperturbable, y una sonrisa apenas perceptible asoma en sus labios.

⎯Y no se te olvide quién es el que convierte esto en realidad.

El silencio se espesa en el auto, y Ana Eva siente un inesperado choque de orgullo e intriga. Sabe que Xavier tiene razón en cierto punto; su plan de venganza depende de que ambos proyecten algo real, algo convincente, y no puede hacer eso si se aferra al pasado o a su manera rígida de controlarlo todo. Pero la idea de ceder, de adaptarse a alguien más, se le antoja una mezcla de desafío y vulnerabilidad que no esperaba enfrentar. Sin embargo, algo en la convicción de Xavier parece inspirarle confianza.

Él continúa, sin darle espacio para responder.

⎯Tú, en cierta manera, me has hecho tu hombre ideal, ahora, yo quiero que tú seas la mía. Debemos vernos lo contrario a cómo te veías con tu ex. Si era frío, debemos ser cálidos, si te trataba mal, debemos tratarnos bien. ¿Comprendes? Debe pensar, como lo está haciendo ahora, que eres una mujer completamente diferente, ¿vale? 

Ana Eva suspira, dejando que el silencio en el auto calme la tensión de la noche. Sabe que Xavier tiene razón en varios puntos, pero admitirlo es otro asunto. La seguridad de su compañero improvisado, su forma de llevar la situación y hacerla ver natural, la desconciertan y, aunque no lo diga, despiertan una pequeña chispa de admiración.

⎯No te salgas del guion más, te lo pido, ⎯murmura, intentando mantener una última pizca de control.

Xavier sonríe, inclina la cabeza hacia ella y responde con ese tono despreocupado que parece tan propio de él.

⎯Lo siento, corazón… lo que hice hoy ya no tiene vuelta atrás. Improvisa, ⎯le dice, su mirada audaz y confiada, como si le lanzara un desafío encubierto.

El auto se detiene frente al hotel donde se hospeda Xavier. Él abre la puerta y sale con elegancia, como si acabara de culminar un acto triunfal. Antes de cerrar, se inclina una vez más hacia ella.

⎯Mañana pasaré por ti. Iremos a ver tu piso, ⎯comenta, con ese toque profesional que mezcla respeto y camaradería.

⎯Muy bien, jefa, aquí la espero, ⎯responde, guiñándole un ojo en un gesto de ligera rebeldía.

⎯No hagas imprudencias, ⎯advierte ella, intentando sonar seria, aunque su voz lleva un leve tono de resignación.

⎯No, terminé por hoy, ⎯contesta él, su simpatía implacable, antes de cerrar la puerta.

Cuando el auto arranca de nuevo, dejando a Xavier en la entrada del hotel, Ana Eva se encuentra sola en el silencio de la noche. Inesperadamente, se descubre sonriendo, pero no una sonrisa calculada ni de satisfacción; es una sonrisa tímida, casi involuntaria. 

⎯Dios ⎯murmura, para después continuar el viaje en silencio. 

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